Sentía la sangre en su cuerpo pero no encontraba la herida. Quién me va a creer, se dijo, si en la comisaría no me creían cuando les mostraba los moretones, quién va a creer en una sangre invisible. Se arrastró como pudo hasta llegar al teléfono, pero una mano la detuvo. Después todo fue negrura.
Cuando hallaron el cadáver, estaba impoluto, no había contusiones ni cicatrices. Murió, anunciaron los diarios.
En el velorio, él hacía como que lloraba. Él sí vio la herida. Él seguirá libre y nunca dejará huellas.
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