Ha llovido mucho. Salí a comprar y vi que los niños de mi barrio jugaban a perseguir algo que habían tirado a la cuneta, una cuneta que casi nunca tiene agua en una provincia con un clima tan seco. La idea es, lo sé, arrojar un objeto y esperar, con alegría, a que aparezca después de un puente o en la esquina siguiente, para que la regularidad del mundo se confirme y para que, como niños, crezcamos lo más sanos posible.
Mientras esperaba que la vendedora corte trescientos gramos de queso, volví a mi niñez. A mis siete u ocho años yo jugaba con Maxi y Diego, los nietos de don Molina, quien tenía una carpintería a dos casas de la mía. Él nos regalaba las maderitas que sobraban en su taller, las que en nuestras manos se convertían en potentes naves que surcaban los ríos en miniatura del viejo barrio Capitán Lazo. Casi treinta y cinco años atrás, el calentamiento global no era lo que hoy, llovía mucho más, y Maxi, Diego y yo no sabíamos aún que la adultez es justamente atenerse, como náufragos, a un mundo nada regular, a un mundo absurdo, si es que esa palabra puede encerrar que hijxs jóvenes mueran antes que los xadres o que, trabajando toda la vida, haya ancianxs que no tengan para comer.
Anoche, justamente, yo había sentido, como un palazo en el estómago, esa falta de regularidad. Sentí, como tantas otras veces, que no importa cuánto desee algo, la vida, mi inconsciente o sabe Dios qué otras fuerzas incognoscibles, hacen que suceda lo opuesto a mi deseo. Hoy estuve unas horas perdida mirando el techo sin poder llorar siquiera. Pero finalmente hacia la tarde salí de casa, me distraje con amigues, nos agarró la tormenta, ví y sentí en mi cuerpo sorprendido la intensa lluvia, la fuerza de una naturaleza que no me deja entender pero sí sentir cuál es su lógica, una lógica húmeda de la que no puedo predicar más, porque sé que los barquitos aparecen después de un puente y no mucho más que eso.
Luego vi a aquellos niños, me senté a escribir y aquí estoy, sintiendo mucho y entendiendo nada, como la lluvia quería.
(Saqué dos fotos. Iba a descartar la movida pero miré atenta y vi el fantasma de un niño de mi barrio que tal vez tuvo una mamá obsesiva que no lo dejaba jugar en la vereda ni ensuciarse, y que me pide que escriba otro texto donde él se cae a la cuneta y se enchastra contra toda regularidad).
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