Cada vez que cortan el pasto en casa, se me renuevan las esperanzas. Volverá a crecer, en dos semanas o menos tendré que pagar de nuevo y el precio habrá subido mucho por la inflación. Pero a mí se me renuevan las esperanzas.
Cada vez que cortan el pasto en casa recuerdo a mi papá y cuánto le costó llegar a tener esta casa, cuán duro le habrá sido construirla de día porque de noche trabajaba como sereno. Y quiero creer que ese inmenso fondo que me ha sido legado es una de las tantas maneras en que seguimos haciendo las paces.
Cada vez que cortan el pasto, mis perritos corren como locos a asustar a los insolentes pajaritos que pican algo entre las plantas que quedaron de la huerta. Mis pichis espantan a los usurpadores como verdaderos terratenientes, pero no pretenden alcanzarlos porque saben que, en el fondo, la tierra es de todxs.
Cada vez que cortan el pasto quiero invitar a mucha gente a que se reúnan aquí por causas nobles, especialmente, la noble y necesaria tarea de no hacer nada.
Cada vez que cortan el pasto, asoma de nuevo la flor del pájaro de mi mamá. Fue la única planta que la sobrevivió, a la que transplanté para salvarla de mis fieras, la que mi mamá robó en la casa de una vecina porque también, en el fondo, algo muy antiguo en ella le decía que todo es de todxs.
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