Sucedió. Escribí con el cuerpo. Pero fue de la manera literal: no la incumbencia del cuerpo al momento de escribir, que es de lo que se trata Cuerpescritura en general, sino el cuerpo moviéndose y escribiendo al mismo tiempo.
Sucedió, digo, durante la clase de "Danza en entornos naturales" que guio Alejandra Valdez en el marco de Soma, un encuentro de prácticas somáticas que se hizo en Bariloche el fin de semana pasado. Luego de cuatro clases de otras somáticas (BMC, Alexander, Eutonía y Feldenkrais) en las que trabajamos diversos aspectos propio e interoceptivos, fuimos invitades a compartir unas horas de danza en un espacio al aire libre, al lado del Lago Moreno.
Allí, en medio de la arboleda típica de la Patagonia, poco a poco fuimos conducides a una danza en armonía con la naturaleza que nos rodeaba. Ale nos invitó a bailar con los Más Que Humanos, es decir, todo aquello que nos supera no en calidad sino en cantidad. Los Más Que Humanos son más que nosotres porque están desde hace mucho, mucho antes (y por ello, deberían ser parte del centro en el que, arrogantes, nos hemos colocado sólo para justificar cada depredación). Los Más Que Humanos son los animales, las plantas, la tierra, el aire y todos esos elementos y mundos que nos anteceden y nos sostienen. Entre medio de ello, estaban abiertos todos nuestros sentidos (que son cientos, no cinco): a lo grande y lo pequeño, a la inmensidad y al detalle. Cada une del grupo fue liberando así su propia danza, tantos siglos encerrada en cuerpos coaptados por el ego.
En esa liberación estaba cuando Ale se acercó y me dio al oído una consigna particular (yo le había comentado al grupo que estaba ahí debido a la escritura somática): me invitó a que escribiera mientras danzaba y que lo hiciera de forma directa (entendí con ello que no buscara una ramita a modo de lápiz, sino que escribiera con el cuerpo mismo). Momentos antes de que Ale se acercara, yo había entrado en un proceso difícil, en el que me dolía el cuerpo y la cabeza al mismo tiempo que recibía en mí unos movimientos y unos seres que no sabía que me habitaban. Me sentía parte del entorno y a la vez extraña, y la sensación incómoda se concentraba en las articulaciones y la jaqueca que comenzaba a instalarse. Pero cuando Ale se acercó y me indicó el camino, mi cuerpo se dio una tregua y aceptó el desafío, pues tal vez sabía que algo grande se avecinaba. Fue así que me descalcé, me quité zapatos y medias, y empecé, por primera y sagrada vez en mi vida, a escribir con el cuerpo que baila. Una danzaescritura.
No voy a escribir mucho sobre ese cuerpo danzante ni sobre su escritura, porque ha querido la vida, junto con Ale, que haya un registro que habla mejor de ello, que es la foto que acompaña este texto. Pero también porque Cuerpescritura es, principalmente, escribir desde el cuerpo. Escribir sobre el cuerpo es relativamente fácil, el lenguaje se presta dócil y arteramente a toda experiencia que separe al cuerpo del escribiente, al objeto del sujeto. Escribir desde el cuerpo, por el contrario, no es fácil. Llevamos siglos de dura escisión entre cuerpo y mente, de separación de aquello que, solo para quienes no son Más Que Humanos, se percibe como opuesto.
Sí quiero intentar traer a las letras, al humilde renglón, dos momentos de esa experiencia. La primera se refiere al instante en que caminé con mis pies sobre las líneas que mis dedos habían dejado: estaba volviendo sobre mis huellas, pero no la de mis pies, sino la de mis manos. Por momentos había dejado la bipedez y me había trasladado, apenas siquiera, con las cuatro extremidades (algún Más Que Humano se había apropiado de mí, de una manera gentil, y quiero soñar que era un alma felina). En la fotografía, mi huella digital, a modo de escritura, se percibe como estrías sobre la tierra. La sensación, por otro lado, fue de total extrañeza al mismo tiempo que de una familiaridad animal, la misma que siento con mis gatitos y mis perritos cotidianos.
El segundo momento fue cuando advertí que me había quitado el calzado (en la foto se ven mis botas y mis medias a un costado de la escritura sobre tierra, como si Ale hubiera focalizado en aquello que más me hizo vibrar). No solo fue la alegría de poder andar desnuda de pies (me cuesta mucho no vestirlos, me cuesta confiar en la tierra), sino que, en determinado instante yo estaba jugando con los dedos de mis pies que tomaban una pequeña raíz desprendida del suelo, con una florcita silvestre en su otro extremo. No hay foto de esta imagen que describo, como no las hay de tantas otras maravillas de las que fui testiga a lo largo de mi vida y que constituyen ese patrimonio de lo invisible, lo olvidado y supuestamente ignorado, pero que conforma el barro inconsciente que nos mantiene vitales.
Aquella tarde en Bariloche no pude quedarme al final del encuentro porque el dolor de cabeza no me lo permitió. Cuando llegué a San Juan le escribí a Ale para agradecerle su ayuda y ella me envió la fotografía que adjunto aquí. Me emocioné al verla. También le expliqué a Ale la importancia de ese gran paso que me ayudó a dar. Es que hace un par de años, cuando comencé a crear e imaginar todo este gran sueño que es Cuerpescritura, yo andaba tomando clases de danza y le comenté a una escritora amiga que, en última instancia, ese proyecto se trataba de escribir mientras danzabas. Ella se rio, recuerdo, y me dijo: "Está difícil". Yo me reí también, pero solo por fuera, porque por adentro algo se entristecía, se cerraba y se limitaba pensando que lo difícil es imposible, una creencia que muchas veces me ha detenido, me ha bloqueado. Aquella tarde a orillas del Lago Moreno, entre los Más Que Humanos patagónicos y sempiternos, sin embargo, algo se desbloqueó y pude, nuevamente, soñar con cuerpescrituras profundamente literales, eventos en los que los cuerpos se mueven y escriben, escriben MIENTRAS se mueven. Va a suceder porque, como dicen por ahí, lo imposible sólo tarda un poco más.
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